Por: Alejandro Cossío Director y docente de teatro
Departamento de Bellas Artes y Proyección Cultural UPAEP
espacio vital funge también, con sus características propias y múltiples, como un espacio escénico en donde la mirada del artista ve más allá de lo evidente: una representación teatral. Y aquí es donde caben los rituales, los juegos y festejos, los escenarios del trueque prehispánico, un tanto asombroso para los nuevos habitantes de estas nuestras tierras y nuestra historia: los llamados conquistadores.
Ante el asombro de quienes llegaron, una pléyade de artistas asignados por naturaleza y no por prueba de elenco -en un contexto teatral-, se muestran portando una gama cromática de vestimentas y texturas, plumajes exóticos, adornos a manera de pulseras y collares, diseños exclusivos, marcas distintivas en el rostro –ahora llamado maquillaje- y como para completar el espectáculo vivo, como lo marca el teatro que conocemos actualmente, un ambiente de sonidos característicos: de vegetación en movimiento, del canto de aves, de lenguas y susurros humanos, de silbidos del viento cruzado, de pies rozando el terreno en cuestión, y así cuantos más. La estancia en esos espacios, como en cualquiera similar, se cubría, intuyo, de una nube de aromas y olores afines a la situación, como los panteones en noviembre o las celebraciones con olor a ponche en diciembre, en nuestro mexicano domicilio.
“El escenario natural es espacio receptor y pretexto del ritual que allá se realiza. El individuo prehispánico busca el diálogo con la exteriorización más sensible de la presencia natural..."
“El escenario natural es espacio receptor y pretexto del ritual que allá se realiza. El individuo prehispánico busca el diálogo con la exteriorización más sensible de la presencia natural; es decir, juega con la sustancia, el color, la fragancia, buscando, al principio establecer una analogía entre el mundo natural y las formas esbozadas por él” (Teatro mexicano.- historia y dramaturgia p.15).
El carácter mágico del espectáculo natural no requería en aquellos espacios y tiempos de ningún escenógrafo, ni mucho menos de un musicalizador o diseñador, sí ahora, en nuestros tiempos, donde es necesario la recreación, la modificación o la mezcla de estilos para generar una propuesta escénica, llámese danza, teatro o performance.
Aunque también habría que voltear los sentidos a nuestros escenarios naturales actuales: mercados, parques, cruceros, colegios, tianguis y otras zonas públicas, que evidentemente no se comparan con el esplendor monumental de lo prehispánico por el carácter mismo y la relevancia de la naturaleza, pero sí con el contexto de atmosfera teatral.
Momoztli
Pequeño altar
“El pequeño altar o momoztli, no tiene las propiedades cardinales del montón de piedras, pero sí la movilidad y la versatilidad espacial de la naturaleza”
(Teatro mexicano.- historia y dramaturgia p.19).
Pero todo evoluciona, y esto no es más que la primera etapa, porque en el proceso se fueron creando espacios con sentidos rituales y festivos en las entradas de pueblos y culturas, y de otra de índole, mismos que se manifestaban con la necesidad de construir sobre niveles, o escenarios dentro de escenarios, tal es el caso de los altares que, dentro de la naturaleza, disfrazaban la arquitectura con el fin de distinguir aún más el sentido de lo sagrado, o el momoztli mismo:
“El pequeño altar o momoztli, no tiene las propiedades cardinales del montón de piedras, pero sí la movilidad y la versatilidad espacial de la naturaleza” (Teatro mexicano.- historia y dramaturgia p.19).
Luego entonces podemos determinar que la ficción y la realidad desde tiempos ancestrales se juntan en un mismo escenario, que denominamos como el espacio teatral en nuestros días, aunando a ello el efecto y la interpretación, y que hoy se vende como espectáculo y que refleja la historia, la antropología, la sociología y la mecánica de vida como un juego de trazos, situaciones, emociones y un despliegue de tecnología tratando de imitar o representar -algunos bien logrados otros menos-, lo que la dimensión de la topografía vital prehispánica nos aporta desde la investigación de especialistas hasta aquello que nos llega de boca de quienes aseguran preservar la herencia cultural de abuelos o tatarabuelos.