Centro de escritura

Caleidoscopio

Por Uriel Alcántara Mendoza

Estudiante de Ingeniería Biónica - Tutor de escritura

Mis manos tiemblan mientras abotono mi camisa, han estado así desde que desperté, pero no puedo evitarlo, mis manos no me obedecen. Pero claro, es inevitable cuando tienes que presentar ante el comité que financia tu investigación los resultados obtenidos. A nadie le emociona la idea de pararse en frente de un grupo de personas misteriosas que solo se aparecen por los pasillos cuando hay algún evento importante, o peor, cuando hay algún problema y que parece que no se quitan el traje ni para dormir. Por supuesto todo había salido bien; Karina y yo nos habíamos encargado de repetir el experimento tantas veces que podría realizar los pasos incluso dormido y, a decir verdad, había soñado con ello un par de veces. Sin embargo siempre algo puede salir mal. Oh y ese estúpido loro, que parecía comprender cuando más prisa teníamos, cuando nos equivocábamos en alguna variable y el procedimiento se detenía el infeliz pájaro comenzaba a graznar como si lo estuviéramos ahorcando, y vaya que lo quería hacer. Además había ocasiones en las que no dejaba de moverse dentro de la cámara y el escáner no podía seguir sus movimientos. Pero al final el experimento funcionaba, el loro desaparecía de nuestra vista un breve instante, a veces segundos, minutos, una vez fue por más de una hora, pero siempre volvía, siempre era el mismo y desesperante pajarraco emplumado.

Mientras tomo el metro en dirección al centro de investigación pienso en todo lo que podría salir mal. Un cable podría desconectarse a mitad del experimento y freír al loro en frente de nuestros verdugos; una variable podría estar incorrecta y el pájaro podría terminar en la luna, o en el fondo del mar, o en cualquier parte. Finalmente no sabemos con seguridad a donde rayos se va cuando encendemos los alternadores, podríamos haberlo enviado cada vez a una barra libre para aves con spa incluido, pero no lo sabemos, solo sabemos una cosa con seguridad, el loro deja de estar ahí. Y al final de cuentas ¿por qué hacemos esto? Siempre soñé con un futuro brillante, un investigador reconocido mundialmente, pero no estoy seguro si esto es realmente lo que quiero. Si no fuera por Karina, que tan esperanzadoramente realiza con paciencia cada una de las pruebas, yo ya habría dejado el centro desde hace algunos meses. O tal vez no, tal vez es mi cobardía, tal vez es la doctora Greta que con cada avance se vuelve más loca de lo que estaba.

Mientras me detengo frente a la gran puerta de vidrio templado mi mano acompaña torpemente a la tarjeta de identificación hasta la puerta y, como era de esperarse, ésta choca contra la pared y se cae de mi mano. Esa mujer, pienso mientras levanto la tarjeta y lo vuelvo a intentar, la doctora Greta que tanto nos ha presionado… “recuerden chicos que este es el momento más importante de sus vidas”, recuerden que nada debe salir mal y de tratar con amabilidad a los miembros del consejo, recuerden que…” ya me tiene harto. Seguramente piensa que alguno de los miembros del consejo estará tan impresionado por su trabajo que no solo le dará el reconocimiento internacional que tanto busca, sino que además le propondrá matrimonio y tendrán muchos hijos científicos con traje.

—Llegas tarde— Me dice Karina con una mirada tan tierna que no parece un reclamo — ¿acaso te quedaste dormido? Porque no parece que hayas dormido mucho.
—No realmente, no pude dormir muy bien— respondo mientras dejo mi mochila en el escritorio y me pongo la bata.

Mientras trabajamos no decimos una sola palabra, el silencio se extiende cuan larga la habitación, a excepción de los ocasionales sonidos de las teclas de la computadora o el zumbido de los generadores encendiendo y apagando intermitentemente. La doctora no se ha aparecido aún, lo cual me sorprende un poco, considerando lo emocionada que estaba y lo mucho que le gusta recordarnos las cosas que ya nos sabemos de memoria. Está todo listo… una, dos, tres, no importa cuántas veces revise los valores, no termino de sentirme tranquilo. Me levanto de mi silla y camino hacia el cuarto contiguo sin decir una palabra, pero no es necesario, en cuanto abro la puerta el escandaloso animal me recibe con un fuerte graznido mientras aletea fuertemente sus alas. Parece absurdo que siendo un loro nunca haya dicho una sola palabra, pero bueno, seguramente ya le freímos el cerebro con tantos experimentos. Lo coloco dentro de la jaula mientras éste opone más resistencia de lo normal. —Quédate quieto— me quejo mientras el animal lucha por no entrar en la jaula, así que con un pequeño empujón lo remito al interior de esta y la cierro.

Recién entro de nuevo el laboratorio me doy cuenta de que la doctora se encuentra con Karina mientras los miembros del consejo prestan atenta atención al parloteo de la doctora. —Buenos días— saludo uno por uno a los hombres de traje y me presento. Hay algo especial en la mirada que la doctora me dirige mientras me saluda, una mezcla entre una adolescente en su fiesta de cumpleaños y una psicópata dispuesta a acabar con mi vida si algo sale mal. No le tomo mucha importancia. Me acerco a Karina y le pregunto si está lista para comenzar, ella asiente suavemente con la cabeza. Explicamos cada uno de los pasos con lujo de detalle, la razón de cada una de las variables, la investigación de por medio y la importancia de su dinero e interés en la investigación, tal como la doctora nos hizo memorizar. Explico las razones por las cuales se utilizó al ave como sujeto de pruebas y la importancia de enviar a seres humanos, pues al intentar enviar animales con cámaras o sensores los resultados habían sido catastróficos. Uno de los sujetos de traje me interrumpe abruptamente con un peculiar tono de escepticismo y sin pestañear, dice: “Me parece que nos han quedado claras las razones por las cuales el experimento debería funcionar, pero lo verdaderamente importante es que funcione”.

Me quedo paralizado, siento que dije algo malo, me culpo por haber hablado tanto y no sé qué responder cuando Karina toma mi mano, que se había quedado suspendida en el aire en medio de mi explicación, y dice amablemente: “Tienen toda la razón, enseguida les mostraremos el funcionamiento”. Recupero la calma y me dirijo a realizar mi parte mientras Karina me aprieta de la mano, consciente de mi falta de tranquilidad. Realizamos los pasos necesarios, colocamos al loro dentro de la cámara ante los ojos de todos, encendemos las cámaras de esta y los sensores y comenzamos el procesamiento de los valores que se tienen que computar. El loro permanece inerte dentro de la cámara, como si él mismo les tuviera miedo a los humanos particularmente atemorizantes que lo miran fijamente. Me río internamente al imaginarme el miedo del loro. Todo está listo. Karina se acerca a mí para dar inicio a la demostración.

“Bueno, señores, señora”, digo a propósito para recalcar la edad de la doctora, “aquí lo tienen, en cuanto demos inicio, el loro desaparecerá y podrán presenciarlo con los diferentes sensores dispuestos en la cámara”. Me volteo para presionar el botón de inicio cuando Karina me vuelve a tomar de la mano y me dice “tranquilo, todo estará bien”. En ese momento me doy cuenta de que todo saldrá de maravilla y que, de ser posible, a la primer persona a la que enviaremos será a la doctora, muy lejos de aquí. Encuentro paz en los ojos de Karina, quien me planta un beso en la mejilla, peligrosamente cerca de la comisura de mis labios. Si había una mezcla de emociones dentro de mí, ahora hay una licuadora encendida.

Me sacudo todo eso de la cabeza y sin penarlo dos veces presiono el botón. Los alternadores comienzan a resonar, la cámara presenta algo de estática pero es normal. En cualquier momento. Solo hay que esperar. Pienso, vete, vete, desaparece, adiós, ya no estás. El loro sigue ahí y de pronto se pierde la imagen de la cámara. Pasan unos segundos que parecen horas cuando la imagen vuelve, los alternadores descansan, el programa termina su proceso, el sudor escurre por mi frente. Y el loro sigue allí. Comienzo a descartar las razones del fallo una a una cuando reparo en la temperatura de los alternadores. Parece que Karina lo ve junto conmigo porque dice: “Es tan solo la temperatura de los alternadores, pasa todo el tiempo, el sistema de enfriamiento debe estar apagado”. Sin esperar una respuesta comienza a avanzar con determinación a la entrada: “Enseguida lo arreglamos”, dice y sale por la puerta. Me quedo tan sorprendido como la doctora pero antes de que ella pueda superar la risa nerviosa que la invade, salgo por la puerta detrás de Karina.

No la veo en el pasillo, a veces me sorprendo de lo rápido que puede caminar con tacones puestos. Detrás de mí escucho cómo la doctora comienza a justificarse nerviosamente incluso sin ser aún cuestionada. Bajo las escaleras para llegar al pasillo que conduce al cuarto de enfriamiento. Mi mente está en blanco y sus palabras resuenan en mi cabeza: “todo estará bien”. Parece irónico, como si hubiera sabido que algo no iba a estar bien para que después pudiera estarlo.

Camino en el pasillo contando las losas en el suelo, alzo la mirada y aún no la veo, el pasillo se extiende eternamente. Escucho ruidos delante de mí, una puerta, pisadas, algunas cosas que se caen y ruidos metálicos, de pronto el sonido que hacen las bombas del sistema de enfriamiento, pero aún nada. Entre el shock y la tranquilidad no me doy cuenta, pero mis pies no se detienen y, sin embargo, el pasillo no termina. Tampoco le tomo importancia a cuantas puertas ya pasé, realmente no sé cuántas debería de haber, podría ser una, podrían ser cien, podría darme la vuelta y darme cuenta de que las escaleras se encuentran a unos pasos de donde me encuentro parado.

Pasa el tiempo y el pasillo no se termina, siento como si mis pies dejaran de tocar el suelo, como si no pesara. Me imagino lo que estará haciendo la doctora en el laboratorio, seguramente continúa excusándose con los miembros del consejo, que tal vez han perdido la paciencia y se han marchado, porque ya paso mucho tiempo desde que dejé ese laboratorio, y en mi mente solo permanece la monótona imagen del pasillo. Seguramente la doctora se encuentra sola, desesperada, probablemente nos busque, pero algo me dice que no nos encontrará, y se quedará sola con el loro, ese loro que no pudo completar la tarea tan importante que se le había encomendado, ese loro que tanto detesté y cada vez que lo vea pensará en nosotros, y nunca sabrá si realmente el experimento fue un terrible fracaso o, por el contrario, un éxito sin precedentes.

Es un hecho, mi pies no tocan más el suelo, pero me pregunto por Karina mientras me impulso con las paredes, seguramente así se siente estar en el espacio, no hay peso, no hay direcciones, no hay resistencia mientras viajo velozmente a través del pasillo. La veo, es ella, pero está inmóvil y mira fijamente hacia adelante. Llego a su lado y me preocupa, no voltea a verme cuando llego a su lado, observo en la dirección en la que mira y lo veo, una luz blanca inunda el pasillo. Algo más llama mi atención, es como si la luz se estuviera acercando. Tengo miedo y entonces Karina dice sin voltear a verme: “tengo miedo”, yo la abrazo, apartando su mirada de la luz, la aprieto contra mí y no puedo dejar de ver la luz que se acerca amenazante a la distancia, cada vez con más velocidad. “Todo estará bien”, le digo mientras lágrimas se escurren por mi rostro, y solo queda esperar, ingrávidos y suspendidos en la aparente inmensidad del pasillo, mientras la luz se acerca, y solo nos queda esperar. “Todo estará bien”, repito sin saber lo que nos espera.