Centro de escritura

Ser jugador no es fácil

Por: Edgar Iván Rivas García

Detrás de cada balón hay tantas historias que a cada vuelta deja el pasto lleno de recuerdos. Me encanta el fútbol soccer desde que tenía cinco años. Recuerdo la primera vez que pisé una cancha: sentí el olor fresco y la humedad del pasto recién podado. Mientras más pisabas la cancha, la suela del botín se mojaba más. Soy un gran aficionado del fútbol soccer, está en mi sangre; soy de los que llevan en el corazón la alineación de su equipo preferido. En el fútbol aprendí a gritar y a hacer amigos que con el paso del tiempo se convertirían en mis hermanos; a llorar, a sufrir, a sentirme alegre, a gozar y sudar la camiseta como un cubetazo de agua hasta quedar completamente empapado. El fútbol empezó a darle sentido a mi vida desde que empecé a participar en las categorías infantiles por tres temporadas.

Con el tiempo fui desarrollando algunas técnicas y condiciones físicas que me permitieron entrenar en el club deportivo de Guadalajara. A la edad de catorce años debuté en la categoría juvenil de la institución de Guadalajara, yo era el delantero central y mi función principal fue meter los goles para obtener las victorias del equipo. El equipo estaba conformado por quince jugadores de los cuales sólo once jugarían en los partidos. Nuestro planteo táctico fue un 1-4-3-2-1: un portero, cuatro defensas, tres mediocampistas, dos extremos y un delantero central. La jerarquía de la institución estaba dividida por un director general, un director deportivo, el cuerpo técnico y los auxiliares. El director deportivo era el encargado de fichar a los jugadores para que se integraran al club. Por otro lado, el cuerpo técnico tenía la relación más cercana entre jugador y entrenador. Para el cuerpo técnico, la integridad de cada uno de sus jugadores era muy importante, incluso el director deportivo acudía a los entrenamientos y nos daba algunos consejos, reflexiones y siempre buscaba la comodidad del jugador. Un día, por motivos personales, el director técnico renunció a su cargo y el cuerpo técnico siguió los pasos de su director deportivo: un claro ejemplo de lealtad, al menos, así lo pensé. Al cabo de una semana, llegó un nuevo entrenador y un director deportivo. El entrenador era de tez blanca, estatura baja y calvo, como el personaje de Monster Inc, Mike Wazowski pero con la personalidad fría y prepotente. Sus dientes demostraban que realmente estaba llegando a la vejez, casi nunca sonreía y su nariz era prolongada y ancha. Mientras que el director era tan alto que tenía que agachar su cabeza cuando cruzaba la puerta de su oficina, había en sus ojos toda la hondura azul del mar. Tras jugar doce jornadas y después de clasificar a las eliminatorias el equipo se encontraba en la etapa de semifinales, estaba a dos partidos de poder coronarse o decir adiós al título del campeonato. Llegó el partido de semifinal. Mis compañeros se preparaban en los vestidores para el juego, sabíamos que era un partido importante, tanto así que en el vestidor ninguno de mis amigos hablaba, todos se concentraron en el juego. Unos estaban sentados con las manos cerradas en la boca y fijando su vista hacia el techo, como si realizaran plegarias; los que estaban a mi lado derecho realizaban sus cábalas; mi amigo Gabriel nunca lavaba sus medias y en cada partido se las ponía, pero, apestaba horrible, no podías respirar porque aquel olor era nauseabundo,si te acercabas podías oler el sudor igual que al finalizar cada partido... bastante desagradable. Mi amigo era supersticioso y antes de cada partido se ponía sus medias apestosas debajo de las oficiales del equipo. A mi lado izquierdo, estaba Oswaldo. Oswaldo usualmente se colocaba una playera color blanca debajo de la playera oficial del equipo, porque llevábamos una racha de victorias. Decía que nos daría más suerte que las medias de Gabriel. Además de los nervios, el ambiente fue muy pesado en ese partido y esto se debió a que el entrenador ni siquiera dio la charla motivadora de cara al partido de semifinal. Cabe mencionar que yo era el capitán, así que reuní a mis amigos, hicimos un círculo, nos abrazamos y empecé con la plática para motivarlos. Les dije: “Sólo con pasión se alcanzan los sueños. Es hora de salir a jugar. Es cierto, hubo cambios técnicos y estamos confundidos, pero estar en este club es un sueño, no siempre es fácil. No es un juego. Lo es todo. Ya estamos clasificados, empieza lo más difícil: las eliminatorias. No se trata de ser el mejor, sino de aportar lo mejor. Ahora más que nunca tenemos que ser un equipo, dar más, darlo todo. El que pierde, pierde la copa. ¡Así que salir al campo, que noventa minutos nos separan de la gloria! ¡Uno… dos… tres… GUADALAJARA!”

Empezó el partido y noté la cancha más grande de lo normal. Pensé que fue por los nervios porque me temblaban las piernas. El equipo rival portaba un uniforme bastante atractivo, los colores combinaban, un azul cielo con franjas oscuras que parecían uniformes de marineros. En la parte trasera, el número de los jugadores era pequeño y poco visible. Durante los primeros 30 minutos empecé a sudar, sentía una ligera brizna en mi rostro, la velocidad del aire estaba presente cada vez que corría. Cayó el primer gol en contra, una jugada de pared y un rebote en el área fue como aprovecharon para anotar. Fue tan rápido que sólo alcancé a ver como la pierna se estiraba y llevaba tanta fuerza que podías notar en la pierna como estaba su músculo muy bien tonificado, me atrevo a decir que estaban estéticamente proporcionadas, similares a la de los antiguos griegos que competían en los Juegos Olímpicos. El segundo gol cayó en los minutos de compensación, un tiro libre.En el segundo tiempo el marcador era de dos a cero en contra de mi equipo. Recuerdo las caras de mis amigos, todos gritando para marcar a un jugador. En sus voces graves se escuchaba una ligera vibración aguda como una nota de flauta cuando le soplan demasiado; corríamos salvajemente por el balón, peleábamos cada pelota, el equipo estaba herido como cuando un león ha sido mordido por otra especie para arrebatarle su comida. En el minuto 40 cometí una falta en el área de nuestra portería. Nos metieron el tercer gol. Me sentí furioso. Al momento le reclamé al árbitro, le dije que no lo había tocado, aunque sabía que sí. Nos mataron con aquel disparo desde los once pasos. El tirador rival, estaba muy concentrado, fijó su vista en balón. Dio tres pasos hacia atrás, se perfiló para cobrar el penal... metió el gol.

El entrenador estaba furioso con nosotros por no cumplir con su objetivo, ganar para avanzar a la final. Después del gol, el entrenador me sacó del juego porque yo había provocado la falta y por eso nos metieron el tercer gol. Me llevé una impresión que nunca me la hubiese imaginado, me sacaron del partido, en mis años jugando al soccer nunca me habían sacado en los partidos de liga, a excepción de los amistosos. Bueno, porque los suplentes necesitaban jugar y demostrar por qué estaban en esta institución.

Salí del campo, le estreché la mano al árbitro porque siempre he pensado que es un ejemplo de humildad y de gratitud el haber pitado el partido. En cuanto me dirigí al entrenador, su auxiliar me dio una botella de agua. El entrenador me regañó como si yo tuviera la gran responsabilidad de llevar al equipo al campeonato, pero cómo podría hacerlo si me había posicionado como un medio de creación (MCO) y no cumplía con las cualidades para serlo. Salí furioso, recuerdo que me dijo: “Por tú culpa, no hemos hecho los goles”. Antes de sentarme, cerré el puño derecho con la intención de golpearlo. En mi mano izquierda llevaba una botella de agua, que posteriormente tiraría en frente de la banca; apreté mis dientes y no podía contenerme. Gire en dirección del entrenador, me dirigí hacia él. Lo tomé del brazo hasta ponernos de frente. Los demás compañeros se impresionaron, un amigo se levantó de la banca, pero, no hizo nada. Algunos sólo miraban hacia el césped y cruzaban los brazos. No le respondí con palabras; mi coraje, la presión de la derrota y la euforia me llevaron a agarrarlo del cuello y lo empujé (tenía ventaja, él era de estatura baja). Aún recuerdo su piel blanda y resbalosa, como si tocaras una esponja que ha absorbido agua y jabón, y después la exprimes hasta que se vacía toda el agua que hay adentro, en este caso, toda mi furia.

No me quedé a lo que restaba del partido, me fui directamente al vestidor, tomé una ducha y después me fuia casa. Al día siguiente me presenté en las oficinas del club. En la oficina estaba el entrenador y el director general, supuse que era por la actitud que tuve ante el partido de semifinal, y sí. Ellos fueron directos conmigo –“Estás fuera”-. Quedé asombrado, no podía mover los labios. No pude explicarles lo que sentí durante la semifinal. Fue así que estuve afuera por seis meses del club y no podía pisar de nuevo sus canchas.

Tuve que entrenar por mi cuenta porque el registro para entrar a un equipo era dentro de unos meses. Las tardes no eran las mismas, estaba solo y en el campo de mi localidad. Cada vez que entrenaba, no podía dejar de pensar en las palabras del director. No tenía ganas de seguir jugando, pensé en colgar los botines y empezar a practicar con otro deporte, natación por ejemplo. Pero, creo que esta lección me dio más coraje para regresar a las canchas, lo que había pasado quedó atrás. Un día por la tarde, fui a entrenar y puse en práctica los tiros libres. Coloqué el balón sobre el césped, me imaginé que estaba jugando un partido, que enfrente de mí estaba la barrera de jugadores, el portero gritando las indicaciones para que la barrera no le obstruyera la vista y pudiera atajar el balón. Di algunos pasos hacia atrás, fijé mi mirada en el palo superior izquierdo por unos cuantos segundos, después miré el balón y empecé a correr para patear el balón. En cuanto iba a tirar a gol, pasó por mi mente que este tiro sí iba a ser gol, que el portero no lo alcanzaría. Sí, fue gol y en cuanto volví a mi realidad, me di cuenta de que estaba solo, pero, por un momento tuve la sensación de no estarlo, de que aún podía volver a jugar, sentía esperanza. Terminé de entrenar y me dirigí a casa. Al llegar a casa tuve que acompañar a mi mamá a la plaza comercial para traer la despensa de la casa. Mientras mi mamá pagaba los víveres en la caja registradora, noté que mi compañero Oswaldo estaba en la plaza. Me dio mucho gusto verlo, así que me acerqué a él, y lo primero que me vino a la mente, fue el equipo. En cuanto lo tuve de cerca, lo saludé y pregunté: “¿cómo está el equipo?” Él me respondió que se salió de la categoría juvenil porque las actitudes del entrenador no eran las adecuadas, incluso despidieron al entrenador por agredir a un compañero, Daniel, por el hecho de que llegaba tarde a los entrenamientos. Era raro que Daniel llegara tarde, incluso recuerdo que cuando alguien iba a llegar tarde, siempre tenía que avisar un día antes o al menos cuatro horas antes del entrenamiento. Eso fue lo primero que pensé, aunque no entendía el porqué llegar a la agresión ¿será acaso que intentaba desquitarse con los demás por lo que le hice? En dado caso que fuera así, ¿por qué con ellos? Me sentí decepcionado porque era un equipo de futbol y al ser un equipo, todos debemos cuidarnos sin importar las circunstancias. Me despedí de Oswaldo porque mi mamá ya había pagado los víveres y regresé a casa.

En el camino, le conté a mi mamá lo que me había platicado Oswaldo, ella se sorprendió porque nunca se imaginó que el entrenador hubiese agredido a un alumno y dentro de la institución. En cuanto llegué a casa, subí a mi habitación, era de noche. Estuve pensando sobre la posibilidad de regresar al club, pero, tenía miedo de que me rechazaran o me sacarán al momento de poner un pie en la institución. En fin, sólo me dormí y no quise pensar en lo que podría hacer o me podrían hacer.

Finalmente, un día me animé a regresara la institución a preguntar sobre lo acontecido. Me dirigí al director deportivo y me llevé la sorpresa de encontrarme con el entrenador anterior. Le conté lo que había pasado, y me dio una nueva oportunidad de seguir en la institución, claro, habría que hablar con los directores. Me sentí emocionado porque podía volver a jugar soccer. Hubo pláticas entre los directores y yo; me dieron la oportunidad, aunque ahora debía estar en otra categoría, la sabatina. La categoría sabatina, por su nombre, eran partidos cada sábado y los entrenamientos eran los días lunes, miércoles y viernes. Dicha categoría no tenía tanto prestigio como en la que yo estaba, esto se debe a que el equipo estaba conformado con puros novatos, jóvenes de doce y trece años. No me importó lo que podría pasar, porque este nuevo camino ya sería un gran reto, el comenzar de nuevo y hacer historia en la categoría sabatina. Pude volver a jugar fútbol soccer y aunque mis viejos compañeros me pedían que volviera al equipo en el que yo ya estaba, les dije que no. Era parte de mi lección por haber corrompido el respeto entre jugador y entrenador. No quería hacer de mi vida una historia de la patada, sino escribir una página de triunfos; yo sabía que no había otra cosa mejor alrededor del soccer. No importa dónde se practique, porque sólo quienes hemos corrido detrás de una pelota sabemos la profunda emoción de gritar y hacer un gol.

Sobre el autor

Edgar Iván Rivas García nació en 1999 en Puebla, Puebla. Estuvo por 5 años en el Estado de Puebla; por actividades laborales de su papá se mudó al Estado de Tlaxcala, la mayor parte de su infancia y adolescencia la vivió en otra ciudad. Actualmente es estudiante en la carrera de Comunicación y Medios Digitales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP). Edgar Iván Rivas García ha practicado dos deportes: natación en Acuática Nelson Vargas y fútbol soccer en el club deportivo de la Cruz Azul. Actualmente es jugador de la institución Chivas “Los Ángeles” Soccer F.C y se desempeña como delantero central o extremo derecho.